*Contenido publicado originalmente en Semanario Tiempo
El investigador y también académico de la Universidad de La Serena entregó las claves para seguir avanzando en la gestión eficiente del agua, poniendo especial énfasis en la importancia de la información que genera y provee la ciencia para proyectar la oferta hídrica del año.
Jorge Núñez es más joven de lo que se esperaría para un profesional con un currículum tan amplio. Es ingeniero agrónomo de profesión y tiene un Magíster y Doctorado en Recursos Hídricos de la Universidad de Concepción, lleva décadas dedicado al estudio del fenómeno de la sequía, es miembro de la Comisión Internacional de Hidrología Estadística y es representante chileno ante el Centro Europeo de Sequías.
Sumado a todo lo anterior, este académico del Área Ambiental en el Departamento Ingeniería de Minas de la Universidad de La Serena, es también investigador del Centro del Agua para Zonas Áridas y Semiáridas de América Latina y el Caribe-Cazalac y ha participado en diversos proyectos internacionales relacionados con temas climáticos, como Euroclima y Ralcea, además de capacitar a profesionales y técnicos de servicios meteorológicos de diversos países en metodologías de análisis de variabilidad climática.
Con estos pergaminos, no es de extrañar que Núñez sea una de las voces más autorizadas en Chile para hablar de sequía, recursos hídricos y gestión ambiental.
Así, para este profesional la situación hídrica que enfrenta la Región de Coquimbo no es muy distinta de lo que ha ocurrido en gran parte de Chile. Para Núñez, la baja paulatina de la disponibilidad hídrica, que ha afectado a gran parte del país, está asociada a una baja de las precipitaciones y tiene relación con los ciclos naturales.
¿Es posible entender la situación de la región como una sequía estructural?
“No es un evento de sequía particular como el ocurrido en el año 1997, que aun siendo intenso fue de corta duración. Pero tampoco es algo tan poco usual. Dependiendo de la época, uno ve el embalse Puclaro lleno, otras veces menos abastecido, pero no puede uno compararlo con aquellas sequías de las que no tenemos memoria, por tanto, se tiende a creer que se trata de situaciones inusuales, aun cuando en realidad hay componentes que indican que ya han ocurrido”.
¿En qué fase del ciclo de la sequía se encuentra la zona?
“Después del 2000 se partió con este ciclo, en el que se ha visto cómo se han ido vaciando los embalses, no solo en Elqui, sino que también en los otros embalses de la región e incluso en otros sistemas de embalses. Ese ciclo se vio interrumpido en el período 2015-2016, en parte por este evento de El Niño Godzilla, uno de los más intensos de los últimos años. Esa secuencia permitió recobrar ciertos niveles hídricos en los embalses; entonces, eso en algún momento dio a entender de que la sequía se había terminado, pero uno podría pensar que más que retornar, a lo mejor esto fue una interrupción de 3 años, y eventualmente, deberíamos empezar a observar años en los que llueve menos, hay menos nieve y los niveles de los embalses empiezan a bajar”.
¿Cuáles son las posibilidades que se tienen ante este escenario?
“Estar atentos con la información que genera y provee la ciencia, en el sentido de que, con suficiente antelación, es posible proyectar la oferta hídrica del año. No con absoluta precisión, pero sí con un panorama claro sobre el escenario probable. Y eso, desde el punto de vista de quienes toman las decisiones, es una información importante porque aquello permite identificar y ajustar la entrega de las asignaciones de agua que se van a hacer en una determinada temporada, en función de la perspectiva que se va a tener de la recuperación de los embalses.
Así, en la medida en que se logre identificar si el año será bueno o no, es posible que uno pueda gestionar de mejor manera los valores definidos para la distribución de la temporada y eso mejora la eficiencia. Porque estar muy próximo al valor exacto evita entregar en exceso y empezar a consumir el embalse antes de tiempo sin saber cómo vienen los siguientes años y definir cuánta cantidad de agua se va a entregar a los agricultores, que son quienes enfrentan directamente este impacto que se genera sobre sus actividades. La información y la entrega de pronósticos es un aporte para gestionar lo existente. Creo que la cuenca todavía puede seguir avanzando en la optimización de la gestión en relación con el control, uso de compuertas telemétricas, impermeabilización de canales, sobre todo en las partes bajas, porque cuando la pérdida es en la parte alta, esta puede ser reaprovechada por otros usuarios del agua, pero cuando es en la parte baja, ya no hay canales que puedan aprovechar el agua”.
¿Qué le parece el desarrollo de acciones como la recarga de acuíferos?
“Llevamos cerca de 15 años hablando de la recarga de acuíferos. Incluso acá en la región tuvimos proyectos desarrollados entre Cazalac e investigadores mexicanos del Instituto Mexicano del Agua (INTA). Es sin duda un tema que cada cierto tiempo se discute y más aún en aquellas temporadas en las que no hay posibilidad de recargar y que, después, cuando llegan los años de muchas lluvias, nos damos cuenta de que no había ninguna obra para aprovechar esas aguas y así hay que esperar 10 años más a que se dé nuevamente la oportunidad. El principal obstáculo no es el problema técnico, sino que es un problema legal que tiene que ver con quiénes van a ejercer el derecho de aprovechar esas aguas recargadas, sobre todo porque esas aguas pueden ser captadas en una determinada zona de la cuenca y recargada en una zona muy diferente. ¿Quiénes son entonces los que eventualmente pueden aprovechar esa recarga? Yo creo que es complicado si incluso en la gestión de las aguas superficiales hay ya más o menos acuerdo en generar una regulación histórica, que permita desarrollar una distribución adecuada de las aguas superficiales. En el caso de las aguas subterráneas es más complicado, porque no tienen la misma historia, ni la misma tradición que de las aguas superficiales y si le ponemos el componente extra de la recarga artificial, implica aspectos legales mucho más complejos”.
¿Proyectos como Giragua cobran mayor sentido en contextos como este?
“La Junta de Vigilancia del Río Elqui y sus Afluentes es un ejemplo de la profesionalización. Porque muchos proyectos, entre los que destaca Giragua, plantean como tema de discusión la información nueva y actualizada que es posible de obtener, lo que permite conocer de mejor manera lo que se tiene respecto de la cuenca, el agua, la disponibilidad hídrica, derechos y usuarios, entre otros elementos y en eso ha habido un avance importante en las últimas décadas, entendiendo que en la última década las juntas de vigilancia de la región han hecho uso de modelos de planificación de recursos hídricos que han ayudado a plantear escenarios y pronosticar situaciones y que han nacido al alero de la ejecución de proyectos de este tipo. Entonces, de alguna manera, los proyectos finalmente algo dejan, sobre todo cuando se trata de herramientas que resultan útiles para la gestión. Si bien en la región hemos tenido la suerte de contar con una alta inversión a través de concursos nacionales y regionales, que han permitido financiar proyectos en el ámbito hídrico y han ido generando conocimiento para ir perfeccionando la gestión, no hay que pensar eso sí que un proyecto va a solucionar los problemas hídricos de una cuenca, pero en la secuencia de proyectos que van año tras año. Lo que corresponde ahora es preguntarse qué acciones que estamos desarrollando en la región no serían posibles si no fuese por los proyectos que se han ejecutado en el último tiempo. Porque una cosa es la infraestructura y la tecnología, pero otra cosa es el conocimiento, ya que, aun cuando es menos tangible, este contribuye a una mejor gestión. En cuanto a Giragua, habría que ver cuáles van a ser los resultados finales de un proyecto de este tipo. Lo más probable es que surjan recomendaciones y lo ideal es poder determinar si algunas de esas sugerencias están valorizadas económicamente, de modo que ayuden a entender si algún fondo regional o de otra índole puede llegar a permitir su ejecución”.
¿Cómo evalúa proyectos como el de la carretera hídrica o la desalinización del agua de mar?
“Lo primero que hay que preguntarse es para qué queremos aumentar la oferta de agua, ya que, en términos de eficiencia, hay estudios que demuestran que la cuenca todavía no es lo suficientemente eficiente para aprovechar de mejor manera los recursos hídricos disponibles, lo que hace pensar que si fuéramos totalmente eficientes con el agua que tenemos no haría falta traer agua de ninguna sola parte más. Entonces ¿necesito una oferta hídrica extra? porque tal vez la misma podría suplirse con una mejor gestión. Si tenemos proyectado contribuir al desarrollo regional y nacional, eso tiene que ser con nuevos recursos hídricos que sean estables y de largo plazo, tal vez uno pueda decir que esa disponibilidad extra sería a través de una fuente externa, porque nuestra cuenca no la va a dar. Aunque su factibilidad todavía es desconocida para mí, me parece algo todavía muchísimo más complejo que lo que podría ser una carretera eléctrica y ese tipo de proyecto ya es bastante complejo y toma muchos años. Pero supongamos que fuera factible hacer algo así de aquí a 40 años; entonces las cuencas deberían evaluar cuál sería el destino de esos nuevos recursos, los que al estar concesionados traerán consigo un costo asociado para todos los usuarios, tal y como funcionan las carreteras concesionadas, donde quien no paga no tiene acceso. Hay situaciones legales, ambientales y económicas muy complejas”.
¿Existe una brecha en la cuenca del Río Elqui?
“Un estudio antiguo hablaba de una eficiencia promedio en la región y en la cuenca de aproximadamente el 50%. Pero ese valor considera el hecho de que el metro cúbico de agua es utilizado más de una vez dentro de la cuenca, producto de esa ineficiencia. Es decir, probablemente si se impermeabilizaran todos los canales y cada agricultor aprovechara al máximo cada uno de los metros cúbicos que tiene, sumando incluso plantaciones en el cerro, todo es muy probable que el agua no alcance para todos. Hay algunos cálculos que estiman que el agua se usa aproximadamente unas dos veces y media dentro de la cuenca. Entonces, a veces, el ser muy eficientes, genera externalidades o problemas que no estaban considerados con niveles de eficiencia menor. Si fuéramos totalmente eficientes, se acabarían las recargas de los acuíferos y resulta que hay sectores de nuestra cuenca en la que son fundamentalmente dependientes de los acuíferos. Según un estudio de la DGA del 2004, en los años 80 y 90, la principal fuente de recarga del acuífero Culebrón son las precipitaciones, pero el panorama es totalmente distinto a lo que ocurre el día de hoy. La principal fuente no es la lluvia, sino que es la infiltración que se produce por ineficiencia en el riego; entonces si somos totalmente eficientes, el acuífero Culebrón podría quedarse sin recarga y las extracciones son bastante importantes. Hay que recordar que desde que se inició la sequía desde hace poco más de 10 años, hay una baja de al menos 15 metros en el caso del acuífero Culebrón. Y esa tendencia no se ha revertido necesariamente, entonces, ¿hasta dónde quiere ser uno totalmente eficiente?”.
¿Cómo avizora las implicancias que puede traer consigo la presencia de un fenómeno como El Niño?
“Hasta hace unos días, cuando vi informes de la agencia norteamericana NOA y del Centro Internacional para la Investigación del Fenómeno de El Niño de Ecuador y los boletines de la Dirección Meteorológica de Chile, todo indica que todo sigue con una condición débil, aun cuando estos últimos están haciendo un seguimiento para determinar si este fenómeno, todavía débil, puede asemejarse al comportamiento que se tuvo en el año 2015-2016. Así, por lo menos durante este 2019, es probable que tal vez no tengamos un impacto perceptible, sino que acorde a la tendencia de lo ocurrido la vez anterior, lo más esperable es que el fenómeno de El Niño pueda desarrollarse en la temporada 2019-2020. Por lo tanto, aquello nos exigiría estar monitoreando si a final de año, cerca de noviembre, este fenómeno empezará a robustecerse o finalmente se diluye. Lo que si pareciera ocurrir de todas maneras es que durante este invierno es probable que no tengamos un impacto significativo, en el entendido que este fenómeno no es el único factor que incide en la cantidad de agua disponible en el Elqui. Por otro lado, lo que dicen los registros es que aun cuando exista preocupación por la cantidad de lluvia que pueda provocar escurrimiento de quebradas, corte de canales o suspensión del suministro de agua potable, lo habitual es que existan lluvias intensas de entre 30 y 45 milímetros que causan algún tipo de problema, el cual es totalmente independiente de si se trata de un fenómeno de El Niño o Niña. Ahora, una lluvia muy intensa que sea capaz de provocar problemas en la parte baja de la cuenca y que puede traer consigo un desabastecimiento de agua potable es una situación que este año pareciera no contar con las condiciones”.